Patricio Lepe Carrión


Racismo filosófico: el concepto de ‘raza’ en Immanuel Kant – Patricio Lepe-Carrión
Ver este documento en Scribd


Bicentenarios: Immanuel Kant y la Independencia de Chile (desde la mirada del ‘roto-mestizo’)

B i c e n t e n a r i o s:

Immanuel Kant y la Independencia de Chile

(desde la mirada del ‘roto-mestizo’)[1]

Patricio Lepe-Carrión

Profesor de Filosofía

Dr.© en Filosofía (PUCV-Chile); Becario Conicyt 2011

patriciolepe@gmail.com

 

 

 

Este 12 de Febrero, es un día especial para algunos chilenos, puesto que, se cumplen 194 años desde la declaración oficial de la Independencia (1818) por los criollos del siglo XIX. Y para quienes nos dedicamos a la filosofía, se cumplen 208 años desde la muerte del filósofo alemán (prusiano) Immanuel Kant (1804).

Aunque se trate de dos conmemoraciones muy distantes espacialmente, hay en ellas un acercamiento temporal impresionante. La vida de Kant, transcurre paralelamente a la conformación del Estado-Nación en nuestro país.

No puedo, por espacio, mencionar aquí la importancia que ha tenido el filósofo citado en la historia del pensamiento llamado ‘occidental’, y es por ello que ruego de antemano al lector no familiarizado, excusarme por semejante omisión. Valga -como una sutil referencia-, indicar solamente que se trata del filósofo -que a juicio de muchos- es el más importante o que mejor representa los ideales del proceso histórico, político y filosófico denominado como Ilustración.

1.- Immanuel Kant

 

Si Immanuel Kant hubiera tenido la oportunidad de viajar a Chile, de seguro que habría llegado al pequeño pueblo de Boroa (a 31 km. de Temuco), para conocer personalmente a los nativos de «ojos azules, cabello rubio, y el rostro de color blanco o rojo» que allí habitaban; es decir, a aquellos ‘indios’ que eran de apariencia física ‘como los europeos’. Lamentablemente, Kant no acostumbraba realizar viajes muy lejos de su ciudad natal, y prefería dar lectura a los textos de viajeros y científicos de la época.

Es muy poco sabido, entre quienes se dedican a estudiar a Kant, que el filósofo tuvo como uno de sus referentes teóricos para sus lecciones sobre Antropología y Geografía Física (en la Universidad de Konigsberg), los textos del científico jesuita chileno (educado en Talca) Juan Ignacio Molina. De él, tomaría aquella descripción asombrosa de los habitantes de Boroa. Es asombrosa justamente porque no refleja en nada el pensamiento más general que Kant tenía del habitante americano; muy al contrario, aquel pasaje de los ‘indios’ de Boroa, constituye casi una excepción en sus escritos sobre antropología.

De hecho, los americanos -para Kant-, y en especial quienes habitamos el hemisferio Sur, éramos una ‘sub-raza poco desarrollada’, ‘débiles para el trabajo pesado’ e ‘incapaces de sentimiento moral’ alguno, tampoco teníamos ‘capacidad para amar’, para ‘hablar’, o para ‘expresar sentimientos’; y menos, de crear nuestra propia ‘cultura o civilización’ por sí mismos; para que ésta última se hiciera efectiva en el ‘nuevo continente’ -decía el filósofo-, era necesaria la llegada de los europeos, quienes constituían la ‘raza por excelencia’ que conduciría los designios de la humanidad (recordar que su discípulo Hegel, llevará esta última idea a su máxima expresión cuando hable de la Historia Universal). Para Kant, los europeos son una raza muy superior a los americanos (incluso los ‘negros’, que por su color podía uno -según Kant- darse cuenta de la ‘estupidez humana’, eran muy superiores a los americanos). Los europeos serían -entonces- los llamados a conquistar el mundo, y a conducirlo hacia la ‘luz de la razón’; la blancura de su piel era la evidencia objetiva de una elevada capacidad moral e intelectual. En fin, el hombre americano (Kant sigue de cerca el argumento de Buffon), ha sido desfavorecido por factores geográficos y climáticos, que han hecho de él una variedad humana ‘tosca’, inculta, salvaje, y bárbara (una especie de sub-humanidad).

Es muy sorprendente, que un pensador tan excepcional, y a quien se recurra constantemente para fundamentar las ciencias, o lo que es peor, para buscar un sustento epistémico a los derechos universales del hombre, sea -al mismo tiempo-, el filósofo ilustrado que más aportes teóricos haya hecho al concepto de ‘raza’, y a su consecuente ‘racismo’.

Pero, ¿qué relación puede tener todo esto con la Independencia de Chile?

Cuando el jesuita Juan Ignacio Molina, escribía en su Ensayo sobre la Historia Natural de Chile (1782, pero editada en Alemania en 1786), una valerosa vindicación del indígena americano, que se enmarca en una densa y extensa discusión (la ‘disputa del nuevo mundo’, le llama Antonello Gerbi) que se venía dando entre los tres centros científicos más importantes de la época (Londres, París y Prusia), la distribución geopolítica del mundo había comenzado a sufrir significativas transformaciones. El Imperio Español ya había perdido parte de su influencia en el mundo, mientras que al mismo tiempo, se habían asomado otras potencias mundiales (Francia, Holanda, Inglaterra) que veían en la demostración científica de la ‘inferioridad’ de América, la legitimación de sus propios proyectos coloniales.

Según las academias científicas, basadas en textos de pensadores como Hume, Voltaire, Raynal, o de Buffon, de Paw, Robertson, América es inferior porque el suelo, la comida, el aire, hacen que se degrade la vida que allí se aloja. Tanto los animales, la vegetación, y también las personas, son incapaces de sobrevivir de buena forma en el ‘nuevo continente’. Por lo tanto -y aquí la conclusión es obvia-, los criollos que vivían en América, por el sólo hecho de habitar esas tierras, ya no gozaban de la superioridad propia del hombre europeo, puesto que también estaban contaminados por la degeneración del continente. En el fondo, el argumento de las academias, restaba de ‘poder simbólico’ a las clases dominantes españolas que durante la colonia se habían posicionado y enriquecido. Evidentemente el problema es mucho más complejo, pero he tratado de resumir los aspectos más relevantes.

Fue en este contexto, en que algunos intelectuales-científicos criollos como los chilenos Juan Ignacio Molina y Manuel Lacunza, el mexicano Francisco Javier Clavijero, o el ecuatoriano Juan de Velasco, (todos ellos jesuitas exiliados en 1767 por orden de Carlos III) dieron una pelea muy interesante con sus obras, para contradecir -entres otras cosas- el argumento de la ‘inferioridad’ americana, intentando vindicar al indígena y a su geografía, puesto que ello les permitiría contrarrestar la nefasta visión que se mostraba del ‘nuevo continente’, aduciendo una serie de argumentos ‘empíricos’ (principalmente botánicos) donde dejaban en evidencia que los europeos que habitaban el ‘nuevo mundo’ no degeneraban por el clima, el aire o la comida, dado que el suelo de América era tan bueno o mejor que el europeo, y que por tanto, los españoles que llegaban allí, podían a pesar de su lejanía con el ‘viejo continente’ mantener perfectamente la ‘pureza’ y superioridad respecto a los nativos; es decir, eran ellos (los criollos, o españoles nacidos en América) los indicados para gobernar y dirigir los destinos de la potencial civilización americana. Con esto, además, justificaban el hecho que los mismos jesuitas habían ‘educado’ en sus colegios -durante la colonia- a las selectas clases criollas que gobernarían las futuras naciones americanas; en el caso de Chile, la evangelización de los indígenas impulsada por los jesuitas, les llevó a formar colegios diferenciados conforme a la ascendencia étnica de sus estudiantes.

2.- Pintura de Castas; siglo XVIII

 

Los criollos, aunque formados en el mismo suelo y clima que los nativos, poseían una gran diferencia con las castas del ‘nuevo mundo’; tenían la riqueza otorgada por la ‘blancura’. Entiéndase por ‘blancura’, un conjunto de creencias y prácticas socio-culturales (una visión europeizada del mundo, una fe cristiana, comportamientos, vestimentas, gestos, símbolos distintivos de nobleza, etc.) que estaban íntimamente adheridos al linaje, o a una ascendencia de carácter estrictamente genealógica. Por lo que, durante todo el siglo XVIII, y principios del XIX, serán muy comunes las prácticas de ‘limpieza de sangre’ que tienen como objetivo, el encumbramiento hacia lo más elevado de la escala social, o de hallar lugares con más privilegios que les permitieran una vida ‘honorable’. Pero, los lugares de honor o ‘nobles’, junto a toda una moral que les venía añadida, estaba reservados sólo para quienes puedan demostrar ‘en público’ su condición de ‘blancura’; es decir, de poder vivir o participar al interior de un imaginario ‘europeo’ (blanco/varón/cristiano/propietario), que era -por lo demás- muy ajeno y distante a quienes provenían involuntariamente de las castas étnicas más desdichadas. La ‘plebe’, que tiene su origen en el ‘mestizaje’, será la clase constantemente ‘seducida’ por el poder que significaba la ‘ostentación’ del blanqueamiento.

Súmase a esto, que con el sedimento de la ‘disputa’ señalada, el ‘mestizaje’ será muy mal visto, puesto que, consistiría en una estrategia de escalada social por parte de las castas menos favorecidas, para llegar a la obtención de ciertos privilegios otorgados por quienes ‘ostenten’ y ‘luzcan’ este imaginario europeo asumido, no sólo como verdadero, sino también, como punto de referencia y de legitimación de sus propios derechos.

Obviamente, el ‘mestizaje’ constituía una amenaza para la clase criolla, en tanto ponía en riesgo su estabilidad en el poder. De hecho, durante el reinado de Carlos III, conforme a las reformas borbónicas, hubo un serio intento por reordenar dicho sistema de ‘limpieza de sangre’ por medio de una estrategia de movilización social de las castas para que éstas pudieran acceder a mayores oportunidades de trabajo, y así la Corona -evidentemente- pudiera obtener mayores beneficios al aumentar exponencialmente los tributarios del rey; el mismo Manuel de Salas -por ejemplo- es un muy buen ejemplo de este intento por instaurar esta estrategia en nuestro país; en sus discursos políticos puede apreciarse igualmente la vindicación del indígena, y el favorecimiento del mestizaje como técnica de movilidad social. Sin embargo -y para fortuna de los criollos-, la clase dominante pudo sobreponerse a dicha tecnología política, por medio -principalmente- de una extendida práctica endogámica que perpetuaría el capital de la blancura de generación en generación, y complementada por otros métodos infalibles de reproducción del poder (como los antiguos ‘mayorazgos’, los ‘títulos nobiliarios’, etc.).

Como ya habrá notado el lector atento, Kant está inserto en una época ilustrada en que Europa se legitima -por medio de las ciencias emergentes (geografía, botánica, antropología)-, como ‘superior’ al resto del mundo, y como ‘centro’ de la cultura llamada occidental.

Leer a Kant, aunque no participe activamente de la discusión señalada, puede ser muy ilustrativo para comprender cómo el proceso de la Independencia de Chile hunde sus raíces en muy antiguas y complejas disputas antropológicas, que tienen su origen -incluso- en los primeros años de la conquista y la colonia. Dichas discusiones sedimentarán durante en el siglo XIX, como una necesaria estratificación racializada de la sociedad que, si bien va a cortar los vínculos jurídicos y políticos con la metrópolis (asunto al cual se reduce actualmente la Independencia de Chile), se convierte -por otro lado- en una Nación-Estado absolutamente ‘dependiente’ de otros aspectos culturales heredados de la colonia, y que siguen manteniendo a Chile bajo el yugo (invisible) de las potencias extranjeras.

No es de extrañar -entonces-, que ni un sólo indígena formara parte de este proceso de aparente autonomía que llamamos Independencia; y si hubo algún personaje con ‘sangre sospechosamente manchada’ (como el caso del ‘huacho’ O’higgins), se tuvo que recurrir obligadamente a un tedioso trámite legal, con documentos y testigos, para demostrar su filiación europea; de otro modo, fuera imposible llegar al poder.

3.- Declaración de la Independencia de Chile

La Independencia de Chile -reitero-, no sólo fue un acto de desprendimiento jurídico-político, sino también, y muy contradictoriamente, un acto que vino a legitimar y posicionar a la élite criolla como herederas del poder colonial en base a una estratificación racial. En el fondo, más que ‘independencia’ (en sentido lato), se trataría más bien de un cambio en la administración del poder, o de una ‘clase dominante’ por otra, que vino a perpetuar los abusos hacia las clases dominadas.

Los mestizos, como clase emergente y mayoritaria, pasaron a conformar -dado su origen impuro y contaminado-, el ‘bajo pueblo’, o la ‘plebe’. Aquí yace -según Gabriel Salazar-, el origen del ‘roto’ chileno.

Y los indígenas -por otro lado-, que en ese entonces se reducían a muy pocas comunidades (producto de las matanzas y los trabajos inhumanos), pasaron a formar parte -como un insignificante premio de consuelo-, del trasfondo temático que los ‘padres de la patria’ utilizaron para barnizar descaradamente sus ‘luchas heroicas’: la fuerza y valentía del indígena guerrero, llegó a ser -paradójicamente- el contenido emotivo de algunos de nuestros símbolos ‘patrios’.

Leer el discurso antropológico que subyace a la Independencia de Chile, puede ser muy esclarecedor para comprender los textos antropológicos de algunos filósofos ilustrados de la época. Leer a Kant, cuando habla sobre los indígenas, llega a ser estremecedor, y hasta incluso reprochable; pero leer a Camilo Henríquez, cuando en 1812 (18 de Febrero) escribe en la Aurora de Chile acerca de la legitimidad que tienen los criollos de habitar en el ‘nuevo mundo’, es tanto o más aterrador que el propio filósofo prusiano. El fraile valdiviano, es muy enfático en señalar que en América habitan dos ‘clases de hombres’ muy distintos ‘por naturaleza’ (!!!), tanto en carácter, en temperamento, en vicios, en virtudes y en costumbres: por un lado, los ‘españoles’ (peninsulares o criollos), y por otro, los ‘indios’, quienes en su ‘gran mayoría’ permanecen en un estado de ‘barbarie’, en un estado ‘indómito’ (!!!), y de escasa ‘cultura’. Leer el texto completo, nos rememora el pensamiento de la época respecto a la ‘reivindicación’ del indígena, aunque colocándolos en un lugar de ‘diferencia cultural’ muy por debajo de la excelsa ‘cultura europea’, la cual es la destinada a ‘llevar’ la civilización a esos bárbaros nativos.

Para concluir, sólo hacer notar lo ‘pertinente’ de la discusión que he tratado de esbozar muy resumidamente; a casi 200 años de la Independencia de los criollos, seguimos atrapados en los mismos prejuicios de aquel entonces, en las mismas creencias y mitos respecto a la naturaleza del ‘indígena’, y la constante exclusión que sufre la ‘plebe’ o ‘bajo pueblo’ en nuestro país.

Pareciera ser que al día de hoy, ya nadie se siente ‘roto-mestizo’; hay algo en nuestro interior que nos impulsa a vivir como ‘criollos’, seducidos por ostentar el capital simbólico de aquel imaginario neocapitalista. Hacer oídos sordos a los problemas que atraviesan los mapuches -por ejemplo-, o de cómo el Estado chileno no culmina, ni tampoco pretende terminar, con el genocidio de la ‘post-ocupación de la Araucanía’ que desde 1861 no ha cesado de traicionar con pactos y acuerdos falsamente prometidos.

Nadie quiso, ni nadie quiere ser ‘roto-mestizo’; menos aún cuando somos testigos de un Chile que se posiciona como el país con mayor desigualdad de la OCDE, donde el 10% más rico gana 27 veces más que 10% más pobre; o donde sólo entre las cuatro familias más ricas (Luksic, Matte, Horst Paulman, y Sebastián Piñera) se suma el mismo valor del 21% del Producto Interno Bruto nacional; una vergüenza para cualquier nación que pretenda llamarse ‘civilizada’.

Sin embargo, a pesar de la abismante separación entre ‘ricos’ y ‘no-ricos’, y como consuelo del ‘bajo pueblo’, en la actualidad la élite chilena dominante ha creado una interesante alternativa de acceso aparente a los goces de la alcurnia; por favor lea bien esto: si usted se siente parte de los ‘no-privilegiados’, y está consciente que jamás lo será (al menos en esta vida), podrá optar al beneficio de la ‘deuda’. Con la ‘deuda’, aunque usted sea desterrado a vivir con un mísero sueldo por el resto de su vida, podrá gozar o vivir migajas del ‘capital simbólico’ de la blancura. A cambio de hipotecar su vida en interminables y tortuosas cuotas mensuales, los bancos y multitiendas  le otorgarán a cambio los medios materiales suficientes para que pueda comprar un lujoso auto (que es la primera opción de un ‘roto’ aspirante a ‘criollo’), una linda casa, ropa de marcas impensables, artículos lujosos innecesarios, etc., de modo que pueda ‘ostentar’ sus objetos ‘como si’ fuera de la clase socioeconómica a la que usted ‘no’ pertenece, pero de la cual siente una envidia insana; pero da igual, lo importante es que la gente piense o lo vea a usted como una persona ‘exitosa’, es decir, que pertenece a un ‘estatus’ que debe mantener, y del cual ‘otros’ deben sentir envidia. Una vez, tenga usted su ‘automóvil’, que a duras penas puede pagar, sentirá un orgullo tremendo al ver que lo tratan de una manera diferente; ha dejado de ser un ‘roto’, y eso lo hace de algún modo ‘feliz’.

La Independencia de Chile es, sin lugar a dudas, la primera de las tantas heridas que como país nos recuerdan lo poco o nada que hemos crecido como sociedad; de las injusticias sociales sobre las que se ha construido el Estado-Nación; y de las innumerables prácticas cotidianas que delatan el origen irracional de nuestro ‘clasismo’, ‘elitismo’, o como quiera usted llamarlo.

Por último, si hemos repasado aquí muy brevemente los pilares raciales, clasistas y sexistas con que Europa pudo mantenernos como colonia, y nos hemos dado cuenta que nada de aquello ha sido superado por nuestra sociedad actual; o dicho de otro modo, que después de 200 años de aparente autonomía, nada vino a transformar las prácticas y discursos coloniales, y que seguimos tan ciegos como antes, a la idea de que exista un grupo muy reducido de personas, que haga y deshaga las políticas públicas y económicas de nuestro país conforme a sus intereses privados.

Si aún no somos capaces de vivir en libertad y en dignidad, dejándonos seducir tan fácilmente por la idea -como por ejemplo-, de que la salud, la educación o la libre expresión son bienes a los que muy pocos pueden acceder; cabe entonces preguntarse por quiénes son los anfitriones de la fiesta a la que hemos sido invitados: ¿a qué Independencia nos referimos hoy? ¿la Independencia de quién? o ¿para quién?

El lector, podrá realizar las respectivas analogías y reflexiones que puedan desprenderse de estas últimas interrogantes.

.

.

NOTAS AL PIE


[1] El presente ensayo, está basado en una investigación doctoral del autor. No hay referencias bibliográficas por tratarse de un texto preparado exclusivamente para su divulgación en la prensa, con ocasión del 12 de Febrero de 2012, en que se celebra la declaración oficial del Acta de Independencia de Chile.

 

 

 

¿Cómo citar este ensayo?

Lepe-Carrión, Patricio (2011). Bicentenarios: Immanuel Kant y la Independencia de Chile (desde la mirada del ‘roto-mestizo’). en  https://patriciolepe.wordpress.com/2012/02/08/kant-independencia-chile (Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Chile).

DESCARGAR ARTÍCULO EN PDF

.
.
.


PUBLICACIÓN: LA SUPERACIÓN DE LA IDEA ONTOLÓGICA POR LA IDEA REGULATIVA, EN LA FILOSOFÍA POLÍTICA DE KANT

aparterei64



PUBLICACIÓN: La construcción esquemática en Kant, y la imaginación como facultad determinante a priori de la sensibilidad

esquematismo



PUBLICACIÓN: Religión Natural y Religión Revelada: Un indicio de Fichte en Kant

religion